Cumbreaba la tarde, cuando de las últimas casas salía el
entierro de ño Justo. Todos ibanachorcholados y silencios. Una nube corrediza había
regado el camino, perfumándolo, esponjándolo, refrescándolo. Se mezclaba el
olor del suelo, con el tufíto de las candelas que llevaban las
viejas. El renco Higinio caminaba delante del cajón. A cada paso parecía
que iba a arrodillarse; daba la impresión de llevar meciendo un incensario.
Todos iban achorcholados;
el arrastre de los caites cepillaba los credos, que salían como de un
cántaro a medio llenar. "Chorchíngalo" llevaba el racimo de sombreros;
cargaban Atanasio, Catino, don Juan y don Daví.
Cumbreaba la tarde, chispeando en lo ricién mojado. Los cerros barbudos se
ahogaban en la sombra, sacando apenas las narices para respirar. La brisa
mecía las frondas, que asperjeaban el cajón como un hisopo. A lo
lejos, lejos, lejos, allá por las Honduras, llovía ceniza caliente.
Atrás jue quedando el grito herido de la Tana ; la casa chele de Juan Barona; los tapiales de adobe,
cundidos de reseda; la pilita seca; la caseta de la ronda, con su cruz verde
pegoteada de papeles de color. El camino empezaba a bajar por el barrial.
Al fondo atravesaba, sobando los talpetates,
el riíto de Miadegüey.
A los lados, en el explayado de arena, crecían berros. Pasó el amatón de la Fermina ; el rancho de
Lolo; subieron la cuesta del Chichicastal, y entraron de nuevo en tierra llana.
A lo lejos, cabezonas, se miraban las ceibas del pantión, ya borrosas en el callar.
Felipe aventuró:
—¿Juiste anoche al velorio, oyó?...
—Sí jui...
—Yo no jui, pero vengo al entierro
del funeral
Caminaban cada vez más a prisa, por la noche que se
desmoronaba poco a poco sobre el campo. Pararon para cambiar los cargantes,
porque ya pujaban mucho. Los dos alambres del telégrafo iban siguiéndolos de
poste en poste; se detenían, curiosos, en los aisladores, mirándoles con los
ojos verdes; a veces, se enmontaban por las barrancas, e iban a salirles
adelante. Parecía como si quisieran pasar al otro lado del camino y el
entierro se lo impidiera, llegando siempre en aquel momento preciso.
Cada vez se oía más el golpe de los tacones sobre la
panza del camino. Las llamitas de las candelas se habían volado, haciéndose
estrellas. Poco a poco oscurecía; no se vio ya sino el brocal pasmado del
cielo. Sólo se oía el cepillar de los caites; el golpetear de los tacones; el
rechinar del cajón; el pujar de los cargantes, y aquel credo que seguía el
entierro como una cola de moscarrones. De cuando en cuando se trompezaba
alguien, y se oía un brusco: "¡piedra
hijesesenta mil!...". También
se oía una que otra escupida, con su húmedo ¡jaashup!..., o la tos cascada de
alguna vieja.
Ya no se veiya. Por
ratos, en los claros, se pintaban las curvas prietas de los alambres, que
no habían aún logrado pasar.
Ya cuando era imposible ver, don Daví encendió
el farol. Iba con el trapo de luz por el pelado camino. Sus calzones blancos se
miraban moverse en la lumbre, como ánimas en pena. De cuando en vez
saltaba una piedra, en medio de la luz, con el hocico abierto y amenazador.
En un descruce, relampaguearon los ojos de brasa de un chucho, que se
aculaba aterrorizado. Como diablos negros iban bailando los troncos,
detrás del cerco. Por fin llegaron a las tapias del pantión. Otro farol esperaba en
la puerta.
—¿Qué jue que les cogió la noche,
hombre?
—Cabsa la Tana.. .
—¡A la gran babosa! Ya mero nos
íbamos: hemos oído ruidos en los mucsoleyos.
—¿Eeee?...
Entraron. A la luz ladrante de los faroles, las tumbas
tendían sábanas repentinas, algunas de ellas desgarradas o sucias.
Bajo el pino grande, estaba el hoyo de ño Justo.
Lo jueron bajando con lazos. El cajón
crujía, lastimero. Los faroles, bajeros, alumbraban un mundo de pies curiosos,
al borde del hoyo. Topó. Sacaron los lazos a choyones.
Después, la pala implacable empezó a tirar tierra. Cáiba la tierra negra, con sordo aporreo.
La pala chasqueaba la lengua, al coger; y el hoyo oblongo eructaba al
recibir. Los pies se habían ido saliendo de la luz, como cusucos
asustados.
De dos en dos, de tres en tres, de cuatro en cuatro,
las gentes habían ido regresando. Regresaban animadas. Alguno cantaba. Los
deudos gimoteaban al haz del hoyo, ya casi colmado. Las dos enormes ceibas se
lazaban en la oscuridad, como un solo coágulo de noche. Las estrellas,
encorraladas ya, rumiaban orito.
CUENTOS DE BARRO –SALARRUÉ--
cuales son los personajes principales y secundarios
ResponderEliminarcuales son los personajes principales y secundarios
ResponderEliminarcon solo que la analices y comprendas y vas hallar los personajes principales y secundarios yo ya se cuales son....
EliminarÑo Justo, es el muerto
Eliminarexiste algún guion para dramatizar este cuento??
ResponderEliminarNo, pero usa tu imaginación.
EliminarSi quieren saber quiénes son los principales y secundarios personajes por que no leen la obra😧✌😫😜
ResponderEliminarPor qué no escribes bien los personajes principales y secundarios en vez de principales y secundarios personajes..����������
EliminarY creo que eso es sólo para adolecentes de 7' grados que les toca leer esta obra nada que ver personas de 900 años de edad😲😱
ResponderEliminarPodrían decirme cuál es el tema principal de este cuento?
ResponderEliminarDescribir poéticamente como fue el trayecto hacia el lugar donde se va a enterar a el Ño
ResponderEliminarGuab como es posible
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